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Emociones y enfermedad: la conexión existe, pero no como te contaron

Cuántas veces has visto en redes frases como: 

  • Me duele el estómago, ¿qué emoción no estoy digiriendo? 

  • Se me tensa la espalda, ¿qué estoy cargando de más? 

  • Se me aprieta la garganta, ¿qué palabras no digo? 

  • Tengo colon irritable, ¿por qué no logro soltar mi ira? 

  • Se me irrita la piel, ¿qué límites no estoy poniendo? 

  • Tengo migrañas, ¿qué resentimientos estoy acumulando? 

 

Estas explicaciones rápidas son atractivas porque nos dan un culpable directo y fácil de identificar. Sin embargo, la ciencia actual —desde la psiconeuroinmunología hasta la medicina mente-cuerpo— muestra que la relación entre emociones y enfermedad es mucho más compleja. 

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Tu cuerpo no funciona como una máquina con piezas aisladas. Es una red biológica en la que sistema nervioso, endocrino, inmunitario y digestivo se comunican constantemente. 

 

Las emociones no “se instalan” en un órgano en particular, sino que activan cadenas de procesos: 

  1. Cerebro → Evalúa si hay amenaza o seguridad. 

  2. Sistema nervioso autónomo → Acelera o frena las respuestas corporales. 

  3. Hormonas y citoquinas → Cortisol, adrenalina, IL-6, TNF-α, entre otros. 

  4. Tejidos → Responden con inflamación, cambios en la motilidad intestinal, variaciones en el tono vascular o percepción del dolor. 

 

En otras palabras: la emoción no “se va al colon” ni “se guarda en los músculos”. Lo que ocurre es que, si estos ejes se mantienen alterados en el tiempo, modifican la biología de órganos que ya eran más vulnerables en cada persona. 

 

 ¿Por qué el mismo estrés enferma de forma distinta? 

Ante una misma emoción o experiencia de estrés, una persona puede desarrollar colon irritable y otra hipertensión. ¿Por qué? Porque existen rutas biológicas clave que son únicas de cada una. Algunos factores que marcan la diferencia son: 

  • Genética y epigenética: ciertas variantes genéticas hacen más reactivo al intestino o al sistema cardiovascular. 

  • Experiencias tempranas: el trauma infantil o el apego inseguro moldean la reactividad del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA).

  • Microbiota: las bacterias intestinales influyen tanto en la permeabilidad del intestino como en el estado de ánimo. 

  • Estilo de vida: sueño, movimiento, dieta y relaciones sociales actúan como amortiguadores o amplificadores de la respuesta al estrés. 

 

Así, la emoción puede ser el "gatillo", pero la “bala” está cargada por múltiples factores. 


Rutas biológicas clave

Cuando el estrés se vuelve crónico, activa diferentes rutas biológicas que afectan a todo el organismo. Por ejemplo, cuando el eje HHA se mantiene hiperactivado, el cortisol permanece elevado y esto sostiene procesos inflamatorios que pueden reflejarse en problemas como colon irritable, resistencia a la insulina o alteraciones de la piel. Si la rama simpática está constantemente encendida, la noradrenalina se mantiene alta, generando tensión muscular y vasoconstricción, lo que favorece la aparición de hipertensión, cefaleas tensionales o fibromialgia. También puede suceder que el tono vagal —que regula la respuesta parasimpática— se reduzca, aumentando la inflamación sistémica y la vulnerabilidad a enfermedades autoinmunes, depresión o dolor crónico. Además, el mismo cortisol afecta la microbiota intestinal, produciendo disbiosis y debilitando la barrera intestinal, lo que facilita trastornos como colon irritable, alergias y ansiedad.


Es importante recordar que no se trata de relaciones únicas ni deterministas, sino de patrones de vulnerabilidad que nos muestran cómo el estrés puede abrir la puerta a distintos desequilibrios.


Y entonces, ¿cómo aplicar esto a tu salud? 

La buena noticia es que podemos influir en estos ejes biológicos a través de hábitos y prácticas sencillas: 

 

  1. Regular el sistema nervioso  

    • Respiración diafragmática con exhalaciones largas. 

    • Yoga restaurativo y meditación. 

  2. Procesar las emociones  

    • Ir a terapia para trabajar trauma y aceptación. 

    • Escritura expresiva: 15 minutos diarios por 3 días seguidos reducen marcadores inflamatorios. 

  3. Cuidar el terreno biológico  

    • Dormir suficientes horas para restaurar la sensibilidad al cortisol. 

    • Alimentación antiinflamatoria rica en prebióticos. 

    • Movimiento regular: las mioquinas del músculo reducen inflamación. 

  4. Fortalecer vínculos sociales  

    • El apoyo emocional aumenta la oxitocina, que regula el eje HHA y reduce la percepción de dolor. 

  5. Vivir con sentido y propósito  

    • Estudios longitudinales muestran que tener un propósito vital disminuye el riesgo cardiovascular y la mortalidad por cualquier causa. 

 

Las emociones no son “culpables” que se almacenan en un órgano ni generan enfermedades por sí mismas. Actúan como moduladores dentro de una red donde influyen la genética, las experiencias pasadas y el estilo de vida. 

 

Comprender esta complejidad te libera de la culpa (“me enfermé por sentir”) y te da poder: al regular tus emociones y cuidar tu cuerpo, fortaleces los circuitos de comunicación que sostienen tu salud. 

 

No se trata de dejar de sentir, sino de permitir que la energía emocional fluya y se procese en un organismo resiliente. 

 


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